Intentar hacer las cosas lo mejor que podamos, nos ayuda a buscar nuestra mejor versión, a alcanzar objetivos pequeños y seguir mejorando cada día. Y esto está bien.
Ser madre/padre implica una gran responsabilidad ya que tenemos una personita que depende de nosotros tanto a nivel físico como psicológico. Esto hace que salga nuestra parte más exigente y que se despierten nuevas inseguridades.
Ponemos toda nuestra energía en ello y a la vez sentimos que no llegamos a todo. Nos esforzamos por hacerlo muy bien y a veces sentimos que todo es un auténtico desastre. Buscamos ser madres o padres perfectos y en multitud de ocasiones nos sentimos un fracaso.
Intentar hacer las cosas lo mejor que podamos, nos ayuda a buscar nuestra mejor versión, a alcanzar objetivos pequeños y seguir mejorando cada día. Y esto está bien.
El problema aparece cuando para llegar a ello, abusamos de un lenguaje muy exigente. Entonces se puede volver en nuestra contra, podemos caer en un discurso muy crítico y rígido y en lugar de motivarnos, nos ponemos la zancadilla. Nos movemos en términos absolutistas: bueno-malo, perfecto desastre, éxito-fracaso…
Otra estrategia que solemos utilizar para empujarnos a conseguir objetivos es la comparación. El compararnos con otras personas, la mayoría de las veces, nos hace daño, porque tendemos a fijarnos en lo que ya ha conseguido esa persona y yo aún no, así que resalto mi carencia desde el juicio y la crítica. Obviamos el proceso que ha tenido que atravesar esa persona para llegar hasta ahí. Me comparo directamente con el resultado, y claro, eso ya me coloca en una posición inferior. Además no tenemos en cuenta, que esa persona tiene una historia de vida diferente a la mía, ha desarrollado unas habilidades y recursos que a lo mejor yo aún no tengo (pero tengo otros), tiene una personalidad y una lógica de vida diferente, y sus circunstancias son distintas a las que yo tengo.
A veces tenemos muy claro lo que no queremos repetir en la crianza de nuestrxs hijxs, poniendo la vista en lo que yo recibí o no recibí, por parte de mis figuras de apego o cuidadores. Y cuando me veo haciendo aquello que rechazo,
repitiendo ese patrón familiar, aparece mi rabia y autoexigencia de malas maneras, juzgándome y metiéndome caña, machacándome por el error. Y esto, justamente es lo que a veces hace que seamos incapaces de llegar a nuestros objetivos.
Te animo a que cambies el enfoque:
•Acepta que es posible que realices alguno de esos comportamientos que tanto rechazas. A lo mejor de niñx recibiste muchos gritos y es algo que te exiges no hacer con tus hijxs. El aceptar que es posible que lo hagas, es un planteamiento más realista y objetivo, que te permite ajustar tus expectativas y
enfocarte en soluciones para esas situaciones en las que creas que es mas probable que grites.
•Cuando identifiques el error toma conciencia de ello. Observa que surge en ti y no te juzgues. Siente la emoción y respírala. Dale espacio y no la rechaces, todas las emociones son válidas y están ahí para ayudarte.
•Habla contigo de una manera amable. Busca un lenguaje compasivo. Comprende la dificultad de la situación para ti, y acepta que eres humano y vas a equivocarte más veces.
•Y ahora, plantéate cómo quieres actuar la próxima vez si se da la misma situación, e introduce algo nuevo para que te ayude a conseguirlo. Intenta siempre cerrar con una alternativa, con un plan, una conducta diferente… y evalúa días después si te esta funcionando.
¡Cuántas veces nos quejamos de las críticas y exigencias de los demás en nuestra crianza! ¡Y qué poco nos cuestionamos lo críticos y exigentes que somos con nosotros mismos!
Te propongo que en el día de hoy prestes atención a tu discurso interno e intentes identificar tu lenguaje más exigente, y busques un lenguaje más motivador y amable.
¿ Quieres saber más ?
Pide cita con nuestra profesional en psicología familiar.